Al final, nada importaba realmente. Todos los esfuerzos eran en vano. Demasiadas sonrisas fingidas. Demasiadas ilusiones perdidas. Demasiada mierda acumulada en el corazón. Gritar no serviría de nada en esta ocasión. No había desahogo posible en pintar las paredes con sangre. Las cuerdas estaban rotas. Las pesadillas se alimentaban de esperanza. Resultaba patético continuar así. Querer duele, y duele mucho. Harta de excusas. Harta de intentar mejorar. Harta de no conseguirlo. Harta de este lugar. Coger el primer tren a ninguna parte y no regresar. Ya estaba acostumbrada. Soy la que canta cuando nadie escucha. Soy la que grita en silencio.
Soy el sentido de la vida de nadie.
